lunes, 7 de abril de 2008

TOÑITA

El sábado pasado, Toñita de la Torre pasó a mejor vida. Su larga y resistente lucha por no morir llegó a su fin y dejó un vacío difícil de llenar en todos los que la queríamos. De 95 años, su endeble cuerpo demostró que una pila vital recargada por su permanente apego al trabajo la mantuvo en este mundo aún cuando todos los diagnósticos médicos decían lo contrario desde diciembre del 2006 que cayó definitivamente en cama.

Su vida fue una constante de trabajo, esfuerzo, sufrimiento y amor. Nacida en en la sierra en 1912, en Carretones de Cerritos, cuando su madre Julia iniciaba el descenso migratorio de la sierra a la costa nayarita desde Huaynamota donde conoció a don Ignacio de la Torre, de profesión "varillero", comerciante y arriero que recorría los pueblos de la sierra y que concluyó su peregrinar en San Vicente, Nayarit al ser uno de los agraristas fundadores del ejido que ocuparon las tierras que la Casa de Aguirre tenía en la Hacienda de Chilapa.

Muchas fueron las peripecias que Doña Julia y Toñita pasaron hasta llegar al cerro de Santiago. La más impresionante fue su extravío, en medio de una escaramuza entre villistas y federales en los alrededores de la estación de ferrocarril de Tepic que inició una angustiosa búsqueda que concluyó en la estación de policía donde jugaba la niña de dos años que se había soltado de la mano en medio de la balacera.

La llegada a la Costa, el traslado de Tepic a Aután junto a doña Victoria, madre de Julián y Alejandro Gascón, nos marcó por siempre. En ese tránsito, nació su hijo Ignacio. Después de eso siguieron su camino hasta Santiago en medio de tabacales, plantas de hornos y bodegas preindustriales en una época donde la bonanza alcanzaba para todos y a Toñita la empleo, como obrera del tabaco. Ahí nació Manuel, su segundo hijo.

Eran tiempos difíciles, de acomodos familiares y de enfermedades tropicales que la obligaron a abandonar el trabajo y a alimentar con leche condensada a Javier, su tercer hijo. En ese mismo tiempo, en medio de las carencias ocasionadas por la segunda guerra mundial, nació Silvia y poco después, Armando.

Ya entrada la década de los cuarenta, toñita tuvo una bonetería en el Mercado "Revolución", misma que cerró, producto de las penurias para mantener a sus pequeños hijos que cuidaba Doña Julia con esmero. En 1950, llego al puesto de ropa en el portal Guerra, mismo que trabajó hasta que cumplió los 90 años.

Pocos son los que entienden lo que en la realidad es la cultura del esfuerzo. Yo lo entendí desde que a los 7 años, mis hermanos y yo, llevábamos la comida a Toñita en un portaviandas de peltre. Todos los días, ella "bajaba" de nuestra casa en el cerro a las 10 de la mañana y regresaba a las 7 de la noche, siempre enferma de una úlcera varicosa que nunca se le curó y que me llevó a acostumbrarme a ver las curaciones entre sangre y y músculo descarnado de la espinilla hasta los dedos de los pies. Para una mente infantil es difícil entender la lógica que la llevó a vivir y trabajar llegando a semejantes niveles de sacrificio. 50 años trabajando con su pierna enferma, ayudado por sus nietos y nietas y por el Tío Julio, que aunque sobrino de Toñita había sido adoptado por el inconmensurable amor maternal que prodigaba a sus hijos, acunado en días y noches de sacrificios y desvelos. Quizá ese sea uno de los códigos genéticos que nos heredó con más fuerza, pues la mayoría de los hijos y nietos tendemos a la sobreprotección de nuestros vástagos. Es una escalera, ella recibió a carretadas el amor incondicional de su madre Julia y ella lo transmitió a sus hijos y a su vez nos lo legaron a sus nietos. Amor filial a carretadas, a veces irracional, incomprensible para otros.

Cuando al fin dejo su puesto de ropa, obligada por el cansancio de su edad y por la sombra de unos ojos que ya no le respondían, comenzó a hacerse pequeñita sin perder su capacidad de asombro y admiración. Que bueno que pudo ir a Talpa cuando todavía podía viajar, que bueno que recibió la atención que se mereció en el final de su vida hasta que se quedó dormida para siempre y dijo adiós a través de Imanol, el primero de sus nietos que se encontró en el camino y que heredando las dotes de médium de su abuela Celia, soñó, en el umbral de los sueños y el despertar, que Toñita se despedía diciéndole que ya se iba con su mama y que no estuvieran tristes.

Era imposible no estarlo. Ahí estuvimos sus hijos, sus nietos y sus bisnietos acompañándola, recordando los tiempos de infancia y adolescencia donde las abuelas eran el mas grande denominador común. Ahí apareció la figura del finado Tío Nacho y sus serenatas que resaltaban el agradecimiento culposo al amor maternal ("lo de ella es capricho, pura vanidad, lo tuyo es cariño, cariño verdad), las alegres reuniones familiares alrededor de una piñata primero, de fiestas juveniles y posadas navideñas después, y después de vuelta al círculo cuando aparecieron los bisnietos, que gracias a la magia de la genética siempre se le confundían (mi hijo Manuel, siempre fue Tavito en la repetición constante de sus afectos).

Hoy hizo una semana que la despedimos y sentimos muy cerca el frío de su ausencia. A mis padres, Celia y Javier les ha calado hasta los pulmones y los huesos. A ellos les ha tocado la parte mas pesada y por eso lo resienten hasta en su salud. Pero también a Silvia, Manuel, Armando, Julio y Chela a quienes ha dejado sin la referencia al pasado que irremediablemente se ha ido.

Muchas fueron las muestras de afecto durante su funeral. La de Bibi y Mago, mejor conocida como "La Rábana", la de Jimmy, el bolero, la de Ayala y su familia así como las de sus demás compañeros de trabajo en el portal Guerra, la presencia de Rafael Domínguez que estuvo toda la noche acompañado por un enorme perro y su inacabable cartera de anécdotas, la de los vecinos del cerro donde estuvieron Elena, Toña, Adrián, José, Livier Rosa, Tato, y de todos los familiares que estuvieron presente.

Hoy ya hemos vuelto a la normalidad cotidiana, con la promesa de sus nietos de juntar a las familias el sábado de la semana de Pascua de cada año. No sólo para que nuestros hijos (y nietos) se reconozcan y mantengan el vínculo familiar que ahora se puede perder. Ojala y las buenas intenciones se hagan realidad y así honremos la memoria de nuestros viejos y sigamos manteniendo el recuerdo de nuestra abuela.
Hasta entonces, Toñita