domingo, 23 de diciembre de 2007

ADIOS A DON JOSE

Don José Valenzuela era un viejo singular, a sus 90 años gozaba de cabal salud y había vivido todas las etapas de la historia de Nayarit. Llegó con la cauda de migrantes que provenían de Jalisco que se internaron a los entonces campos vírgenes de la llanura costera de Nayarit, abrieron los caminos, limpiaron los campos, y fundaron ejidos. A el, junto con su padre y su hermano le tocó fundar El Solorceño, uno de los cuatro ejidos que formaron el centro de población El Nuevo, que hoy se llama Villa Hidalgo y con ellos vivió los años dorados de la Costa de Oro, plantando sobre todo, tabaco. Como todos los campesinos de su tierra, don José solo vio pasar de largo las grandes riquezas, siempre tenían problemas para pagar los créditos de las compañías y fueron incontables los conflictos que vivió por la clasificación de las variedades de la planta o la corrupción de los inspectores de la compañía.

Priísta hasta los huesos, don José siempre defendió al que el consideraba el partido de la revolución mexicana y de sus logros, sobre todo en la reforma agraria y en el apoyo al campo. Bonachón siempre en el trato con sus afectos, pero firme en sus ideas políticas don José desconfiaba de que yo estuviera al lado de los perristas, como el llamaba a los perredistas, pero terminó votando por Andres Manuel y por mi en la elección del 2006. “Ese Manuel Obrador tiene la gente”, me decía, "va a ganar, pero dudo y lo dejen llegar". Supo como todos nosotros que se habían robado la elección y que los panistas eran muy malos para dirigir al país, pero que habían aprendido pronto a hacer trampa.

Pasando septiembre cayó enfermo, en noviembre pisó por primera vez en su vida un hospital y en diciembre, pasando su aniversario 91, murió acompañado de su única hija, pero atendido sobre todo por sus nietas y sobrinas.

Javier y Manuel, mis hijos, sus bisnietos, siempre recordaran al hombre canoso, despeinado, güero, alto, de huaraches y sombrero que les sonreía bondadoso y llegaba a nuestra casa en Tepic sufriendo frio y añorando su calurosa costa. Yo extrañaré su interés en los temas políticos y los programas de radio de discusión. Doña Flor, su compañera,seguro lo extrañara mas. A doña Esperanza, su hija, a Rosa Irene y sus hermanas, también les hará falta.
Lo que es seguro, porque era un buen hombre, es que descansa en paz.

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